Mi pasado está lleno de amor y miseria,
Amor y tragedia,
Tragedia y comedia.
Comedia y puntos finales.
Estuve prisionera más tiempo del que realmente quise, la verdad es que nunca noté que llevaba una venda en los ojos y en el corazón. Viví atrapada dentro del bosque más oscuro y frondoso de la región. Siempre me vigilaban demonios y seres oscuros que se escondían entre las sombras. Siempre observada, siempre atrapada, siempre separada de la sociedad.
Fueron años de llevar un manto rojizo y muy pesado, bordado en oro y rasguñado por las bestias con las cuales me enfrente en mis aventuras, que colgaba desde la cabeza a los talones. Me atrapaba, me dejaba sin aliento y sobre mis muñecas, lazos apretados <<del oro mas puro existente en estas tierras>> que me ataban a cadenas <<directo a tierra, empotradas al suelo>> que ya conocía, desde siempre.
Me hacían guardia, me vigilaban. Estos seres iban de turno, en turno, abrían su boca y la acercaban a la mía para extraer parte de mi aire, era como si cada vez intentaran succionar parte de mi alma. << una y otra vez, con desenfreno, desbordantes e iracundos>>
Cada cierto tiempo lograba soltar mis cadenas y escapaba, huía perpleja, desesperada, sin consuelo esperando que apareciera algún príncipe, alguien que me sostuviera y me sacara de ese castigo. Que por lo demás, jamás entendí el por qué de mi situación. Fui prisionera durante veinte años. Creyendo que nada, ni nadie podría quitarme de esta sentencia.
La última de mis carceles fue la peor; estuve encerrada en un lugar remoto del bosque del sur, en un espacio minúsculo. Era un espacio por donde podía ver la luz, pero no veía más allá que el polvillo que soltaba el cemento de mi ataúd y respirar <<para que decirlo>> de cuándo, en cuando podía tomar alguna bocanada de aire fresco luego de esforzarme mucho. Mi carcelero venía a visitarme con un guante de clavos y un mazo tras su espalda. Con la actitud de cual príncipe maravilloso se acercaba para darme consuelo y en el momento menos esperado clavaba en mi pecho sus guantes, que me hacían desgarrar la piel y la sangre brotaba de manera inmediata. Suplique clemencia muchísimas veces pero nada era suficiente, uno de esos días, caí de rodillas al suelo y sin darme cuenta azotó su mazo en mi espalda, quebrando mis huesos y astillándolos en mi corazón. Escuché su risa, escuché cada una de las palabras que salieron de su boca pero ya no había manera de querer seguir en ese lugar.
Esperé en calma. Conté los segundos y las horas, tracé un plan de escapatoria. Me colgaba la carne desgarrada del cuerpo, tenía rasguños, golpes, clavos enterrados, los ojos vendados, el corazón atravesado, sentía ganas de vomitar, sentía que no tenía fuerzas y que mi vida se iba a terminar en ese mismo momento. Y justo cuando pensé que mi cuerpo no podría moverse, me tiré al suelo y con lo que quedaba de mis uñas comencé a cavar. Sabía por voces del exterior que todos habían salido de viaje y que me daban por muerta. Cavé y cavé hasta que mi cuerpo congelado puedo salir victorioso de aquel lugar. Me levanté con cuidado apoyándome sobre un árbol añoso y casi sin hojas. Era como si me pudiese sostener, el aire besaba mis heridas y dolían en demasía, me desgarraba a cada mínimo paso al andar. Caminé durante días apoyándome en los troncos del camino, siempre recordando a mi captor. Sin aliento, sin cesar, sin ganas de existir, pero mi cuerpo se mantenía firme en su trabajo. Alejarme de aquel tan horrible lugar. Las aves volaban sobre mi cabeza. De vez en cuando caía desmayada y los cuervos aprovechaban para desgarrar la carne magullada. Días de tormenta acecharon mi vida, mojada, sucia, perdida, sin rumbo fijo en el horizonte. Era un valle de fuego y lava con el que pude encontrarme, llevaba días sin comer, ni beber, las palabras de este demonio repercutían en mi cabeza y me hacían delirar, estallaba en un llanto desesperado que de seguro el que escuchara hubiese pensado en un animal pereciendo.
En el camino se abrió un sendero de verdes prados y animales en su plena libertad, comí de un arbusto de bayas que simplemente me hicieron enfermar, lentamente mis entrañas se retorcieron y cuando ya no pude seguir y me desmaye. Sentí como si mi cuerpo finalmente se quebraba y mi alma comenzó a volar. De pronto abrí los ojos y estaba en una cama, junto al calor, con gente alrededor, con aroma a las delicias más maravillosas del mundo. Me incorporé con cuidado, bramé de dolor y recordé que mi cuerpo estaba en pésimas condiciones. Corrieron hacia mí dos ancianas, ambas con las sonrisas más cálidas que pudiese nunca imaginar, me tomaron entre sus manos y me ayudaron a ponerme en pie. No quise preguntar cuánto tiempo había pasado. No quise recordar mi pasado, ni nada de lo sucedido. Sonreí conforme. Ellas tampoco quisieron cuestionarme, me cobijaron, me cuidaron, sanaron mis heridas expuestas y me alimentaron hasta que tuve la fuerza suficiente para poder seguir mi camino.
Teñí mi cabello, cambie mis ropajes, mis ganas y mis ansias. Reí con cada una de sus bromas, discutí la vida una y mil veces, sentí su amor y finalmente pude dilucidar que la vida estaba bien, que podría avanzar, que aún tenía mucho por recorrer. Me contaron de los parajes más hermosos que jamás nunca pude ver, me contaron sobre sus vidas y lo mucho que habían vivido entre risas y llantos. Bebimos, cantamos y disfrutamos en abrazos del amor más puro que mi cuerpo pudo sentir.
Luego de un tiempo y cuando ya estuve recompuesta, me armé de valor y decidí marcharme de ese lugar, les agradecí con lagrimas en los ojos y las abracé de todas las maneras posibles, demostrándoles mi agradecimiento completo. Con ropa, zapatos y semblante nuevos seguí mi viaje y me alejé en silencio. Mis pasos me llevaron a la costa, la arena ha sido mi mejor amiga, el mar mi mejor confidente y los peces mis mejores aliados.
Mi cuerpo está impoluto
Mi alma se ha ido reformando
Mi corazón es un mar de calma
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